No puedo esconder una profunda obsesión por Interestellar —esta confesión es relevante para el artículo, así que mejor no andarse por las ramas y empezar de cara—. Además la ciencia ficción está, fácilmente, en el Top 10 de inutilidades para mucha gente, así que tiene cabida en este, nuestro barco.
Hace unos meses se celebró el décimo aniversario de la película que nos acompañó a las profundidades del espacio y nos acercó a una de las ideas más fascinantes de Einstein: el tiempo no es absoluto. Curiosamente, también a través del cine (y del mismo director), el genio de la relatividad volvió a estar presente gracias a su breve pero memorable cameo en Oppenheimer, recordándonos que sus teorías no sólo cambiaron la física teórica, sino también el mundo en el que vivimos.
Según su teoría de la relatividad, el tiempo puede curvarse bajo la influencia de la gravedad— fuerza de atracción que ejerce un objeto con masa sobre otro, cuya intensidad depende de sus masas y la distancia entre ellos—. Cuanto más cerca estemos de un objeto de gran masa, más lento transcurrirá el tiempo para nosotros en comparación con quienes están más lejos. En Interstellar, un agujero negro llamado Gargantúa ilustra cómo la gravedad puede afectar la percepción del tiempo: cerca de este gigante cósmico, los minutos se alargan, mientras que lejos de él, los días vuelan.
Los agujeros negros son regiones del espacio con una gravedad tan intensa que nada, ni siquiera la luz, puede escapar de ellos. Se forman cuando una estrella masiva agota su combustible y colapsa bajo su propia gravedad. Su límite exterior, conocido como el horizonte de eventos, marca el punto de no retorno: cualquier cosa que lo cruce será irremediablemente atraída hacia su interior. En su centro se encuentra la singularidad, una región donde las leyes de la física tal como se conocen dejarían de aplicarse. Estos objetos cósmicos no solo deforman el espacio, sino también el tiempo, ralentizándolo drásticamente en comparación con regiones más alejadas de su influencia.
Ante tal abrumadora realidad, es comprensible que Cristopher Nolan utilice uno para aumentar el dramatismo de su obra. Esto no quiere decir que el efecto de la relatividad no se haga notar en cualquier lugar, incluso en espacios “más cotidianos” como la Tierra y la Luna. La Tierra tiene una masa unas ochenta veces superior a la Luna, por lo que la gravedad en la Tierra es más fuerte y el tiempo en la superficie terrestre transcurre, en comparación, más lentamente. Esta diferencia, ínfima pero medible (en torno a 0.000056 segundos), es crucial en sistemas como el GPS, donde la corrección de la dilatación temporal es necesaria para mantener la precisión.
Quizás recuerde de sus lecciones de Conocimiento del Medio, Física o Biología, el enfado del profesorado cuando uno utilizaba mal el concepto de “peso” cuando en realidad había que hablar de “masa”. En este artículo voy a hacerlo mal a propósito, porque, aunque intentaré mantener el rigor científico, nos alejamos de la Física para movernos a otros campos.
¿Le voy a contar que no es necesario un agujero negro para experimentar la relatividad temporal? Efectivamente. En nuestras vidas cotidianas, el tiempo también parece estirarse o comprimirse, no por la gravedad física, sino por el peso emocional y psicológico de los eventos que vivimos. Ciencia y Filosofía coinciden en que nuestra percepción del tiempo está profundamente influida por factores internos, como emociones, expectativas y experiencias significativas.
La propuesta para hoy es explorar las diferentes formas en que el “peso” altera nuestro sentido del tiempo, dando la razón al refranero en que el tiempo vuela pero el reloj no avanza cuando esperas.
El peso del tiempo
La percepción del tiempo no responde a una única regla, sino a múltiples factores que no parece posible ordenar de una manera relevante. Pero si hemos de buscar un punto de partida, tiene sentido comenzar por el origen: el nacimiento.
Una cuestión de cantidad y experiencia
Es fácil suponer que la percepción del tiempo está directamente ligada a la edad ya que, a medida que envejecemos, el tiempo parece pasar más rápido. Este fenómeno tiene una base matemática: para una persona de 50 años, un año representa solo un 2% de su vida, mientras que para un bebé de un año, equivale al 100%.
No soy la persona más original al presentarle esta obviedad. Ya en el 238 AC, Censorinus dedicó a un amigo un tratado sobre el paso del tiempo y las etapas de la vida titulado De die natali liber (El libro del cumpleaños, Alba Clásica, 2014). Censorinus reflexiona sobre las distintas unidades de medida del tiempo (eternidad, eras, siglos, el Gran Año o ciclo estelar, años, meses, días y horas) y refleja la fascinación y la inquietud de los romanos por el flujo del tiempo, algo que también nos afecta en la actualidad.
De manera más reciente, el físico Stefan Klein ha reflexionado profundamente sobre el tiempo en varias de sus obras. En su ensayo Zeit: Der Stoff aus dem das Leben ist (El tiempo: los secretos de nuestro bien más escaso, Península, 2024), explora nuestra relación problemática con el tiempo, marcada por la aceleración que experimentamos en los últimos años de vida. Esta sensación de vértigo, comúnmente asociada a los cumpleaños como bien apuntaba Censorinus, se debe, según Klein, a un fenómeno relacionado con la memoria. Durante la juventud, el cerebro tiende a grabar más vivencias, y esos recuerdos se resisten al olvido porque son experiencias vividas por primera vez. Sin embargo, a medida que envejecemos, entra en juego un proceso de optimización de los recursos que evita grabar otra vez cosas a las que hace tiempo que estamos acostumbrados. Como resultado, la vida parece más corta a medida que se acumulan los años, ya que el cerebro tiene menos cosas nuevas que registrar. Klein llega a insinuar que una persona que sea capaz de recordar el doble de experiencias que otra de su misma edad sentirá que su vida ha sido el doble de larga. Esto presenta una segunda derivada de aplicación inmediata: cuando hacemos muchas cosas, nuestro cerebro registra más recuerdos específicos, lo que nos da la impresión de que el día fue más largo (Hogan, 1978).
Si quisiéramos hacer una fórmula matemática para la relatividad temporal, y sí quiero, podríamos extraer de aquí las variables “edad” y “actividad”.
La influencia del estado de ánimo (y hormonal)
Sigo sin ser descubrirle nada si digo que en momentos de alegría o felicidad, parece que el tiempo pasa rápidamente, mientras que en situaciones de aburrimiento, agonía o tristeza, los minutos se hacen eternos. Las emociones afectan nuestra atención y concentración, lo que modifica cómo registramos el paso del tiempo. Varios artículos académicos profundizan en el impacto de estas “emociones positivas” y “emociones negativas” en nuestra estimación de la duración de los eventos, y es tal cual uno puede imaginarse.
Es necesario hacer una pequeña pausa para mencionar algo importante. Esta distorsión está relacionada, en muchas ocasiones, con la segregación de un tipo u otro de hormonas como la dopamina, la serotonina y el cortisol. Por ejemplo, altos niveles de dopamina, asociados con estados de ánimo positivos, pueden acelerar la percepción del tiempo, mientras que niveles elevados de cortisol, relacionados con el estrés, pueden ralentizarla. Seguramente ya haya leído al respecto, pues la segregación de dopamina —la famosa hormona de la recompensa— está muy estudiada por los creadores de redes sociales y los efectos perniciosos de su abuso están a la orden del día.
A partir de aquí, usted puede pensar que ésta y todas las demás categorías en cierta manera no dejan de ser una extensión del tema hormonal, y tendrá usted razón, pues el efecto de las hormonas no se da de manera aislada. El cuerpo humano es tan fascinante como complejo así que, para poder realizar una lista, cierro con este disclaimer el tema hormonal, conscientes de que las hormonas modulan nuestra atención y concentración, alterando la forma en que percibimos la duración de los eventos.
Sobre las emociones y la percepción del paso del tiempo, ha profundizado mucho (de verdad) la profesora Sylvie Droit-Volet. En el artículo How emotions colour our perception of time (2007) (cómo las emociones colorean nuestra percepción del tiempo), junto a Warren H Meck, extiende su recopilación histórica de distintos modelos del “reloj interno” con consideraciones sobre cómo las emociones afectan a los distintos elementos del mismo.
Podemos guardar entonces para nuestra fórmula de la relatividad las variables emocionales positivas y negativas que por simplicidad reflejaremos como “alegría” y “tristeza”.
El contexto socio-cultural
La percepción del tiempo también está fuertemente influenciada por las normas sociales y culturales. En culturas más orientadas hacia la productividad y la eficiencia, como la mayoría de las sociedades occidentales, el tiempo se percibe como un recurso que debe ser administrado cuidadosamente. Por el contrario, en culturas que valoran más la relación humana o la conexión con la naturaleza, el tiempo se percibe de una forma más fluida y menos rígida.
El antropólogo Edward T. Hall introdujo los conceptos de culturas monocrónicas y policrónicas para describir cómo diferentes sociedades manejan y valoran el tiempo. En su libro The Dance of Life: The Other Dimension of Time (1983) (la danza de la vida: la otra dimensión del tiempo, sin traducción al castellano), Hall describe cómo las culturas monocrónicas —o «cultura del reloj»—, típicas de sociedades occidentales como Estados Unidos y gran parte de Europa, perciben el tiempo de manera lineal y segmentada. Si bien no es una categorización irrefutable, sirve para poner el foco en que en estas culturas se valora la puntualidad, la planificación y se apremia la ejecución de una tarea cada vez, considerando el tiempo como un recurso limitado que debe gestionarse eficientemente. Por otro lado, las culturas policrónicas —o «cultura del evento»—, comunes en regiones de Sudamérica y el Mediterráneo, tienden a realizar múltiples actividades simultáneamente y otorgan mayor importancia a las relaciones interpersonales que a los horarios estrictos. Aparentemente, en estas sociedades, el tiempo se percibe de manera más flexible y fluida, y los compromisos temporales pueden adaptarse en función de las circunstancias y las interacciones sociales.
Hablaremos de Antropología en otro momento, porque es un campo que merece mucho la pena abordar y de su crisis se puede extrapolar mucho al día a día. Por ahora nos quedaremos con que el contexto cultural puede influir en la experiencia subjetiva del tiempo, generando sensaciones de estrés o relajación.
Podríamos decir que nuestra fórmula de la relatividad necesitará de un factor de ajuste socio-cultural.
Eventos estresantes
Hablar de situaciones de estrés nos puede llevar fácilmente al artículo On time distortion under stress (2005) (sobre la distorsión temporal bajo estrés) de P. A. Hancock y J. L. Weaver, donde quisieron sentar las bases sobre cómo el estrés influye en la percepción del tiempo. Según su investigación, cuando las personas experimentan estrés o están en situaciones de alta tensión, su cerebro procesa el tiempo de manera diferente, haciendo que los minutos parezcan horas. Esto se debe a la activación del sistema nervioso simpático, que es el encargado de preparar al cuerpo para enfrentar una amenaza. En estas situaciones, la percepción del tiempo se dilata, contribuyendo a esa sensación tan humana de que los momentos difíciles se extienden infinitamente.
El estudio del estrés es importante para entender cómo altera no solo nuestras emociones, sino también nuestra experiencia del tiempo, y resalta la interacción entre la biología y la psicología en nuestra percepción temporal.
Guardamos para nuestra fórmula de la relatividad la variable “estrés”.
La expectación eterna
Posiblemente ya empiece usted a hartarse de tanta obviedad, pero aquí viene otra: La anticipación y las expectativas hacia un evento pueden influir significativamente en nuestra percepción del tiempo, haciendo que la espera parezca mucho más prolongada que la experiencia del evento en sí. Este fenómeno se debe a que, durante la espera, nuestra atención se centra intensamente en el tiempo restante, lo que amplifica la sensación de duración, por eso muchos “expertos en felicidad” le recomendarán que organice varias escapadas pequeñas en lugar de sólo un largo viaje (aunque los expertos en Ecología le recomendarán lo contrario).
En 1868, bastante antes de que se descubrieran y popularizaran los sesgos cognitivos, Karl von Vierordt publicó en Der Zeitsinn nach Versuchen (el estudio experimental del sentido del tiempo) una serie de experimentos sobre la psicología de la percepción del tiempo de los que surgió la denominada Ley de Vierordt: Los humanos tendemos a sobrestimar la duración de los intervalos de tiempo cortos y a subestimar la duración de los largos. Casi un siglo más tarde esta idea se ramificó en el más popular “efecto telescopio” (John Neter y Joseph Waksberg, 1964): percibimos los eventos pasados como más recientes de lo que realmente son y los eventos futuros como más lejanos. Esta distorsión temporal puede intensificar la sensación de que la espera es más larga y la experiencia más breve de lo que realmente fueron. Este sesgo cognitivo afecta nuestra memoria y percepción temporal, influyendo en cómo planificamos y recordamos eventos.
Además, como alumno avezado ya sabe usted que si el evento esperado resulta ser placentero, tendemos a estar más inmersos en la experiencia durante el mismo, acelerando aún más la percepción del paso del tiempo. Por otro lado, le sonará el famoso “pues no era para tanto” cuando lo que se esperaba era algo doloroso o negativo, como una intervención médica o una confrontación. La espera además de sentirse más larga es un caldo de cultivo ideal para buscar escenarios pesimistas, algo que ayuda a que el tiempo pase aún más lento.
Añadimos a nuestra fórmula “expectación”.
Prestando atención a los detalles
El psicólogo David Eagleman, en su libro Incognito: The Secret Lives of the Brain (Incognito: La vida secreta del cerebro, Anagrama, 2013), profundiza en el lado material del pensamiento y propone que la percepción del tiempo es, en realidad, una construcción del cerebro. De hecho, nos invita a cuestionar la confiabilidad de nuestros sentidos (menos mal que usted ya está vacunado contra el empirismo desde nuestra primera cita), ya que el cerebro necesita tiempo para procesar la información.
Eagleman explica cómo el cerebro procesa el tiempo de manera flexible, dependiendo de la cantidad de información que maneja en un momento dado. Por ejemplo, cuando estamos en situaciones nuevas o excitantes, nuestro cerebro tiende a registrar más detalles, lo que genera la sensación de que el tiempo se alarga. En cambio, cuando estamos en rutinas repetitivas, el cerebro no necesita procesar tantos detalles, lo que hace que el tiempo pase rápidamente (piense en cuantas veces ha estado “en piloto automático”).
Es posible que a usted también le haya ocurrido lo que Eagleman narra en uno de sus ejemplos: el trayecto desde su domicilio hasta la oficina se le hacía eterno las primeras veces, pero, a partir de cierto momento, cuando ya se familiarizó con el recorrido, todo parece durar menos, como si lo hiciera sin esfuerzo.
Por motivos totalmente contrarios, en momentos de monotonía o falta de estímulos, la atención tiende a dispersarse, y esto hace que los minutos también parezcan alargarse, especialmente si estamos realizando una tarea que no nos interesa o no nos desafía, como esperar en una cola.
Todo lo contrario ocurre cuando estamos profundamente inmersos en una tarea, ya sea leyendo un libro o disfrutando de una actividad placentera. En estas situaciones es común perder la noción del tiempo, un fenómeno conocido como flow, descrito por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi en su libro Flow: The Psychology of Optimal Experience (Fluir: Una psicología de la felicidad, editorial Kairós, 1997). Este estado de inmersión provoca que el tiempo se perciba como si estuviera «congelado» en un único instante, tras el cual sentimos que ha pasado todo muy rápidamente.
Menos mal que ya acabamos, porque de aquí extendemos nuestra fórmula con “flow” y “estímulos”.
La fórmula de la relatividad temporal de Rodríguez
Uno nunca ha sido fan de fórmulas inventadas, para que engañarnos, además es bastante probable que me hayan oído criticar algunas como “la fórmula de la felicidad” del psicólogo Martin Seligman. Pero he comprendido un par de cosas. La primera es que el valor de este tipo de fórmulas no está en su fidelidad a la realidad, sino en servir como modelo sencillo para explicar partes de la misma. La segunda es que lo que me aterra es el negocio en que se ha convertido la psicología positiva y todo lo que ha surgido alrededor de la formulita bienintencionada. Y esto poco tiene que ver con el tema que nos ocupa. Si la fórmula ayuda a alguien a sintetizar la idea, creo que puede tener valor resumirlo en forma de la siguiente ecuación, si no ayuda a nadie casi que mejor, porque se demostraría totalmente inútil y no perdería mi poca coherencia.
Según lo anterior, la percepción temporal podría modelarse así:

Un par de apuntes al respecto:
- A mayor valor, mayor percepción del paso del tiempo, es decir, más largo se siente el momento.
- La variable “Estímulo” multiplica porque es posible que, ante una sobredosis de los mismos, el cerebro bloquee por completo su recepción (pensemos en números positivos cercanos a 0, como 0.1) , lo que sería similar a entrar en un estado de flow.
- El estado de “Flow” también multiplica porque es una forma de trance que en gran parte desinhibe el resto de aspectos, así que su peso es más relevante.
- La fórmula, como muchos de estos modelos, es totalmente arbitraria y una filfa, no se lo tomen demasiado en serio por favor.
Cerrando el círculo con la gravedad y la física, le presento una última reflexión metafórica, dado que tras la fórmula queda poco que perder.
Según la relatividad general, un observador en una altitud mayor—es decir, en un campo gravitatorio menos intenso—experimenta el tiempo de manera más acelerada en comparación con alguien en la superficie del planeta. Ahora bien, ¿le suena familiar el concepto de “elevarse” que utilizan tanto religiones como técnicas de relajación (o incluso el flow del que hablábamos)?
- Cuanto más inmersos estamos en el “peso” de la rutina, el estrés y la sobrecarga de estímulos, más sentimos que el tiempo se ralentiza y se hace denso.
- Cuando logramos elevarnos—ya sea a través de la meditación, la introspección o simplemente ganando perspectiva—el tiempo parece fluir con mayor ligereza y rapidez.
El tiempo, lejos de ser un flujo constante e inmutable, es un fenómeno moldeado tanto por nuestra percepción como por las leyes fundamentales del universo. Desde la relatividad de Einstein hasta la experiencia subjetiva de un instante, todo nos lleva a una misma conclusión: el tiempo no es absoluto.
Así como la gravedad curva el espacio-tiempo en la física, nuestras emociones, recuerdos y expectativas deforman la manera en que lo vivimos. Cuando comprendemos esta flexibilidad, nos damos cuenta de que, en cierto sentido, somos arquitectos inconscientes de nuestro propio tiempo. Entonces, la pregunta no es solo ¿qué es el tiempo?, sino ¿cómo elegimos experimentarlo? Porque, al final, la manera en que percibimos cada instante es lo que da forma a nuestras vidas.
Tal vez, la verdadera cuestión de gravedad no sea solo física, sino existencial: tomar consciencia del poder que tenemos sobre nuestra percepción del tiempo y, en consecuencia, sobre nuestra propia experiencia de la realidad.
La parcelita inversora
En el mundo de la inversión, la cuestión de mayor gravedad es, sin duda, la pérdida de capital. Es una obviedad que no requiere demasiadas explicaciones, pero ya que ha llegado hasta aquí, quizá pueda ofrecerle un par de útiles inutilidades.
En Estados Unidos, Alcohólicos Anónimos propone el acrónimo H.A.L.T (Hungry, Angry, Lonely and Tired) —Hambriento, Enfadado, Solo y Cansado— para identificar los estresores más comunes en la recaída de una persona en proceso de recuperación. Salvando mucho las distancias, puede recurrir a la fórmula propuesta para evitar cometer errores derivados de una percepción distorsionada del tiempo. ¿El tiempo transcurre lentamente y siente la tentación de operar en activos que no comprende completamente debido al aburrimiento o la impaciencia? En lugar de ceder a esa urgencia, ¿por qué no optar por reducir el número de impulsos a los que se ve expuesto? Puede elegir, por ejemplo, evitar consultar las cotizaciones con tanta frecuencia o establecer ventanas fijas para revisar su cartera. Limitar la exposición es una de las mejores formas de protegerse frente a las malas decisiones impulsivas, aunque vaya en contra de ese instinto de estar informado que, a menudo, solo genera ruido.
Seguramente conozca las grandes fluctuaciones que sufren las cotizaciones de muchas empresas por la expectación ante unos resultados que nunca estarán totalmente descontados. La paradoja es que, en muchos casos, la variación posterior no refleja tanto la realidad de los resultados como la frustración o euforia de quienes esperaban que el mercado se moviera de otra manera. Si el «estrés» o la «expectación» están sesgando su percepción, recuerde que la clave en la inversión es la calma, la reflexión y, sobre todo, la preparación. El inversor que logra soportar el aburrimiento con disciplina tiene una ventaja competitiva difícil de batir.
Además, la fórmula propuesta puede ayudarle a comprender por qué la tristeza durante los periodos de caídas parece durar mucho más que la alegría asociada a los beneficios, o por qué los inversores más veteranos tienden a retirarse hacia posiciones conservadoras al sentir que el tiempo se acelera hacia un desenlace donde creen tener menos margen de decisión. Este fenómeno no solo se debe a la aversión a la pérdida, sino también en lo aparentemente lejos que está el próximo ciclo alcista, lo que hace que los riesgos pesen más que las oportunidades. De esta sencilla formulita puede extraer algunas conclusiones más —quizá por un mero sesgo de confirmación—, pero, en cualquier caso, siempre le servirá para alimentar alguna conversación en la máquina de café de la oficina o incluso para impresionar a algún cuñado como yo, con inclinaciones filosóficas.
Si, en cambio, prefiere usted abordar el tema de los agujeros negros, también aquí podemos encontrar una analogía aplicable a las inversiones. Si la cuestión de gravedad son las pérdidas, el agujero negro representaría la pérdida total, con un poder de absorción tal que ni los ahorros futuros pueden escapar. No se trata solo de quedarse sin capital, sino de quedar atrapado en una espiral donde las decisiones se vuelven cada vez más desesperadas y erráticas. El inversor ha de extremar la prudencia para no cruzar el horizonte de eventos y quedar atrapado allí donde el tiempo se ralentiza y el deseo de compensar lo perdido puede llevar a perder mucho más. La mejor estrategia es siempre tomar distancia y precauciones antes de acercarse demasiado, porque una vez dentro, la atracción es casi imposible de vencer. Ojalá poder elegir lo que nos atrae y poner la gravedad a trabajar a nuestro favor.
* La imagen que acompaña al artículo es un frame de la película Interestellar en el que padre e hija sincronizan sus relojes. Todos los derechos reservados para Warner Bros. Pictures, Paramount Pictures, Legendary Pictures y Syncopy Films.
** Ambos relojes son de la marca Hamilton, ahora suiza antes estadounidense, que si por un casual desease patrocinar este espacio no encontraría ningún impedimento por parte de este aficionado.
Bravo! Que gran escrito @Dudweiser
¡Muchas gracias! Me ponen tan contento sus palabras que se me pasa el tiempo volando
Felicitaciones. Muy cierto el consejo de disciplina y aguantar el aburrimiento. Es lo mejor para la inversión, aunque yo mismo caigo en el sesgo de mirar las noticias económicas a diario, pero sé que si no las mirara nunca y fuera invirtiendo en mis fondos cada mes igualmente, el resultado seria el mismo sin la perdida de tiempo y emocional de “estar al dia”.
Interestellar una de mis películas favoritas también, aplicable por igual a la ciencia y a las relaciones humanas.
Sensacional

He disfrutado mucho la lectura de su escrito, y de hecho me la guardo para releerla otra vez en un días.
Que bien desarrollado de forma tan amena y enriquecedora. Muchas gracias por compartir su saber con nosotros.
Fue muy injustamente criticada por el uso final de una herramienta incomprensible para la mayoría de nosotros, pero también lo fue en su día Kubrick con 2001. Pero la verdad es que pocas películas plasman tan bien la relación padre-hija y el sentido del deber.
Otra cosa que une la obra de Kubrick con Interstellar es el tema “Odisea”. Nolan es buen conocedor de las historias que se contaban nuestros ancestros en la Grecia clásica ¿No le parece que Cooper es un poco Ulises? Aunque se ve que quedó con hambre de más, porque ahora está produciendo la historia tal cual.
Muchas gracias. Pero tenga cuidado no le acabe resultado útil y me toque cerrar el chiringuito por publicidad engañosa.
Muchas gracias a ustedes por leerlo.
Muchas gracias por tan grata y lucrativa exposición.