No siempre mantenemos un punto de vista sensato acerca del valor que un producto o servicio aporta. Y creo que esto es esencial para el éxito o fracaso de nuestros proyectos. En muchas ocasiones nos dejemos llevar por el aire que sopla sin hacernos algunas preguntas clave. Es hasta normal ilusionarnos viendo que determinada situación tiene un fuerte impacto social y que, como consecuencia, nos apetezca invertir en ella.
Y, sin embargo, esto no siempre representa una visión realista de las cosas. Que algo esté impactando socialmente no siempre implica que ese algo aporte el valor social necesario como para que sea sostenible y, por tanto, genere ganancias para nuestra inversión.
La historia está llena de ejemplos a este respecto. Tenemos el archiconocido caso de las puntocom. En su momento, algunas de ellas parecían aportar un valor enorme para la sociedad, pero el tiempo terminó convirtiendo en humo muchos de aquellos esfuerzos baldíos. Piénsese, sin ir más lejos, en la enorme cantidad de dinero que tantos inversores perdieron con Terra. En aquella época parecía que solo pensar una idea para Internet, cuanto más enrevesada mejor, ya suponía el aporte de valor necesario como para que pareciera interesante invertir en ella. Por supuesto, sin valorar si aquello tenía visos de ser necesario o no y sin hacerse un mínimo plan de negocio para ver hasta qué punto podrían llevarse a cabo económicamente las operaciones. Se trataba de hacer rondas de financiación, capturar dinero de los inversores y tirar adelante con los ojos cerrados. Claro que la quiebra de ese mercado abrió de forma virulenta los ojos a muchos.
Por supuesto, esto no quiere decir que muchos de los entornos disruptivos que se crearon a partir del auge de internet no hayan sido grandes creadores de valor. ¡Cuantas cosas han cambiado desde entonces! Hoy compramos por Internet los tickets para nuestros viajes, compartimos nuestra vida, gestionamos nuestras finanzas, compramos nuestra comida y un largo etcétera de cuestiones que se solidificaron y crearon un valor estable como para que mereciera la pena dedicarles tiempo, esfuerzo y dinero.
Pero a donde quiero llegar con todo esto es a que no todo lo que parece que vale algo lo vale realmente. Y, por el contrario, quizá cosas que nos parecen que no tienen valor, en verdad lo tienen. Por eso, la pregunta sobre el valor es enormemente necesaria. ¿Tiene esto en lo que voy a invertir visos de tener un valor real? ¿O, por el contrario, se fundamente en una mera operación especulativa?. Y, ¡ojo! que como inversores también sabemos que hay operaciones meramente especulativas que han aportado mucho dinero. Pero ¿a cuánto riesgo? y ¿por cuanto tiempo? En general, yo no soy partidario de las mismas. Prefiero siempre entrar en proyectos empresariales que realmente aporten un valor tangible. Aunque, por supuesto, me equivoco notoriamente en cuanto a discernir qué son esas cosas que aportan valor tangible y cuáles no lo hacen. Por eso no siempre acierto con mis proyectos.
La reflexión sobre el valor continúa siendo esencial en este mundo incierto que ahora vivimos. Solo tenemos que echar un vistazo a cosas que vemos cada día: auge-declive-auge-declive… de las criptomonedas, nuevas, asombrosas y altamente dudosas NFT, miles de inversiones supuestamente verdes aunque no se sepa lo que realmente suponen, inteligencia artificial no siempre inteligente hasta en la sopa, coches autónomos que no son capaces de tomar determinadas decisiones de forma autónoma… Demasiadas incertidumbres, así que antes de caer en cualquier entorno mejor hacerse la pregunta sobre el valor y tratar de responderla desde el mayor número de ángulos posible.
Y, quizá, ante tanto etéreo invento lo mejor sea refugiarse en entornos sólidos, aquellos dónde el producto o el servicio que estamos poniendo, o ayudando a poner en el mercado, obedece a una clara necesidad social. Quizá por eso mis tres últimos proyectos tienen que ver con el mundo agrario y la alimentación, el sector inmobiliario y los servicios tecnológicos a editoriales. Todo tangible, todo real. Veremos.
No olvidemos también que la respuesta afirmativa a la pregunta del valor es condición necesaria, pero no suficiente. Un entorno valioso puede llevarnos a la ruina porque no lo gestionemos bien, porque nuestra competencia sea muy hábil o por tantas otras cosas. Trabajemos en todas ellas, pero hagámonos siempre en primer lugar la pregunta sobre la que hablamos.
No quiero con esto quitar entidad a esas otras cuestiones donde la respuesta a la pregunta del valor no siempre es clara. Quizá en ellas se escondan grandes oportunidades. Lo que sí digo es que a mi edad ya no está uno para esas cosas. Necesidad social, plan de negocio riguroso, el apalancamiento justo sin pasarse, socios fiables… y para adelante. Las otras cosas para gente más arriesgada que yo en este momento.
¿Cree que la edad y la experiencia tienen algo que ver aquí?
Siempre se suele decir que el que acaba triunfando y pegando el pelotazo lo suele hacer de muy joven, cuando no le importa que su CIRBE sea un disparate y cuando aún no es realmente consciente de todo el riesgo que está corriendo.
Esto en las inversiones bursátiles suele ocurrir también. Los iniciados entran en empresas muy especulativas para acabar teniendo un estilo de compañías estables con dividendos y flujos sostenibles.
¿La juventud y la imprudencia?
Con las palabras lo mejor es tener definiciones operativas.
RAE
VALOR : 1. m. Gradodeutilidadoaptituddelascosasparasatisfacerlasnecesidadesoproporcionarbienestarodeleite.
Ejemplos:
Vacunas, Penicilina, …
Tabaco, Marihuana, …
Pues no sabría qué decirle. En general he conocido a gente de todo tipo, jóvenes supersensatos y maduros bastante insensatos, aunque realmente se da el caso que usted indica, respecto a la juventud y la imprudencia.