Son las 10:45 de la mañana y la temperatura supera los 40 grados con una humedad propia de la capital de Filipinas un 1 de octubre de 1975. “The Thrilla in Manila” pondrá punto y final a una historia de odio y pasiones en la que se medirá Smoking´ Joe contra The greatest. Joe Frazier contra Muhammad Ali.
Frazier se ganó su apodo Smokie, por la energía y constancia que ponía en los entrenamientos desde muchacho. Nacido en el seno de una familia muy pobre en unos tiempos en que la integración racial ni estaba ni se le esperaba en la América sureña, dejó la escuela a los trece años para trabajar en una carnicería en Filadelfia.
Su físico portentoso trabajado a golpe de voluntad, y un gancho de izquierda que fue su mayor fortaleza, combinado con golpes de derecha que usaba inteligentemente para sorprender a los rivales, hicieron que se convirtiese por derecho propio en uno de los grandes.
Entrenado por Eddie Futch , auténtica leyenda entre los boxeadores de la época, alternó grandes victorias soportando el dolor de fuertes lesiones, con inevitables derrotas que encajó con desigual fortuna.
Ali, bautizado como Cassius Clay , ha pasado a la historia como una verdadera leyenda del boxeo, la lucha por los derechos civiles y su decidido combate al racismo y la discriminación religiosa. Inteligente, rápido mental y físicamente, era capaz de generar espectáculo mediante la provocación, atrayendo la atención de las masas que lo convirtieron en un icono de su época.
Aquel combate cerraba una trilogía iniciada cuatro años antes, cuando Frazier derrotó a Ali en la conocida como “La pelea del siglo”.
En Manila y bajo un calor y humedad asfixiante, se llevó a cabo una última pelea en la que ambas fuerzas de la naturaleza pusieron la victoria por encima inclusive de sus propias vidas. Ali abrió fuego tremendamente agresivo, mientras Smokie Joe encajaba los golpes y se iba asentando en el cuadrilátero. A partir del cuarto “round”, las tornas cambiaron y Frazier desató su cólera contra un Ali que resistía como podía la constante lluvia de golpes.
Ambos continuaron destrozándose mutuamente, hasta el punto en que en el undécimo asalto, Frazier apenas era capaz de ver por tener los párpados seriamente dañados. En ese momento, Ali decidió tirar la toalla. La muerte estaba demasiado cerca como para continuar un camino a ninguna parte y vio claramente que su única alternativa era asumir la derrota.
Fue sin embargo “Eddie Futch”, el que le dijo a Frazier que se acababa, que no pondría en juego su vida. “Quiero salir, jefe”, dijo un vacilante Frazier que apenas era capaz de tenerse en pie. “Se terminó, muchacho. Nadie olvidará lo que hiciste hoy”.
Y así fue como Ali ganó una de las peores y más duras peleas que ha traído la historia del boxeo mundial. Cuentan que Ali jamás quiso volver a ver el combate, “¿Para que regresar al infierno?”, se preguntaba.
Tras aquel duro combate, la estrategia de lucha psicológica que Ali emprendía meses antes de los combates atacando la moral de sus contrincantes, hizo más mella en Frazier que los duros golpes recibidos en Manila, y jamás logró recuperarse. Para Ali aquello no era sino parte del negocio, y no había nada personal en ello, pero para Frazier, aquellos dardos lo llevaron a morir en la pobreza, sobreviviendo ayudando a jóvenes boxeadores a entrenar y con un techo que le cedió gratuitamente durante los últimos años de su vida uno de sus más fieles seguidores.
Ali por su parte continuó su vida, siendo afortunado en algunas cosas y recibiendo miseria en otras. Nada nuevo para cualquier ser humano de carne y hueso.
Algunas cuestiones serían… ¿qué fue más importante o decisivo para aquella victoria y para las demás? ¿fue la ejecución del combate? ¿fueron las largas e interminables horas entrenando? ¿influyó la suerte? ¿ganó realmente el mejor? ¿mereció Frazier hundir hasta rozar la miseria su vida por haber perdido ese combate?
Y lo más importante… ¿cómo percibieron el tiempo a lo largo de sus carreras ambos boxeadores?
El tiempo es un fluido que tiene la extraña capacidad de variar su densidad a lo largo de nuestras vidas. Tenemos tiempo viscoso cuando pasa lenta y abúlicamente, tiempo atomizado en pequeñas partículas, tiempo acelerado con los efectos venturis que nos provocan los hijos. Tiempo que nos da vida, y tiempo que nos asesina con premeditación, nocturnidad y alevosía… pero tiempo al fin y al cabo.
Este año 2020 muestra un buen ejemplo de nuestra distinta percepción del paso del tiempo. De los cielos a los infiernos pasando por un purgatorio que a muchos se les hizo eterno antes de llegar de nuevo a un cielo en el que todavía quedan muchas nubes por despejar.
Párense a reflexionar sobre ello. Analicen su percepción del tiempo.
En la vida de Ali y Frazier, unos cuantos momentos vistos en perspectiva fueron los que definieron sus carreras. Esos pocos momentos fueron quizá el resultado de muchas pequeñas decisiones que tuvieron una trascendencia de mucho mayor impacto que el combate de Manila o la pelea del siglo. Todo se creó en un momento y un lugar al que probablemente le dieran poca importancia ellos mismos, pero que fueron los jirones de tiempo que realmente definieron su carácter, y ya saben aquello de que «el carácter forja el destino».
Unos pocos instantes de tiempo le dieron la victoria a un Ali que ya daba por perdido el combate. ¿Cómo hubieran cambiado las tornas de no haber sido así? ¿Cómo hubiera influido en las vidas de ambos sólo unos cuantos segundos menos de vacilación antes de tirar la toalla de Ali? ¿Hubiera pasado igualmente a la posteridad como The Greatest?
La mente cortoplacista juzga las decisiones por el resultado de algunos acontecimientos que vistos en perspectiva tienen muy poco peso. Percibir el tiempo y darles un peso mayor a momentos puntuales y transitorios, en lugar de la suma de los micro-momentos que han cimentado nuestro marco mental nos hace miserables y nos aleja de tener una visión amplia de la vida o las inversiones. Por ello es tan sumamente importante alejar las pasiones cuando uno trata de hacer una evaluación seria y rigurosa de cualquier asunto. Intentar distanciarnos lo más posible de la situación concreta. Sobrevolarla para ver más allá.
Correr detrás de las compañías o fondos de moda es centrar nuestras decisiones en la pelea del siglo del momento, o cualquier otro hito puntual y temporal, sabemos quien lo ha hecho bien, pero no sabemos quien lo volverá a hacer bien. De ahí la importancia de normalizar periodos de tiempo, de ampliar el abanico, de juzgar con el suficiente rango temporal. Los campeones se cimentan en los procesos, en las rutinas, en levantarse de la lona, en el lento devenir de los hábitos aplicados en el día a día. Una derrota puede ser el germen de una victoria, del mismo modo que las victorias, sin un marco mental adecuado nos llevan indefectiblemente a no saber encajar las derrotas que vendrán después y nos pueden condenar a terminar nuestra vida inversora de una manera ciertamente mejorable.
A estas alturas seguramente ustedes se verán más reflejados con Ali, pues al igual que de niños, tendemos a simplificar las cosas para hacerlas más manejables y tendemos a emular aquello que pensamos ha terminado de la mejor manera, pero una vez más es altamente probable que nos equivoquemos.
A veces seremos Ali y otras Frazier. En ocasiones ganaremos y en otras perderemos. La admiración por un joven Frazier que se dejó los nudillos saliendo de la pobreza de un barrio extremadamente pobre no puede ser sepultada por haber perdido sus últimos combates. Hubo toda una vida detrás y cuando se evalúan las cosas haremos bien en juzgarlas por la cadencia correcta del tiempo. Un tiempo extendido, alejado de la excitación y el glamour de los hitos de una carrera. Un tiempo en definitiva mucho mayor que el resultado. Un tiempo basado en la suma de los días. El tiempo en que realmente vivimos.
Asumir que el tiempo es una sustancia indómita y que no podemos controlar, nos abre un abanico de posibilidades para no desesperarnos cuando trascurre abúlicamente lento, o para saber frenarlo cuando entramos en esos caudales acelerados en los que la euforia nos lleva a aquella canción de «me olvidé de vivir» que escuchábamos de niños viajando en coches que no tenían cinturón de seguridad.
Entender esto le aleja a uno de las modas, de los juicios externos de lo que piensen los demás, de querer ir siempre por el carril que en ese momento es el más rápido, hasta que nos cambiamos y vuelve a ser el más lento. Es vivir centrado en uno mismo, en su camino, en su proceso. Es valorar el entrenamiento por encima del resultado. Disfrutar de caminar, de aprender, de mejorar. No tener miedo a ser visto por los demás como un perdedor por no estar constantemente en la cresta de la ola. Perder la necesidad de ser feliz únicamente en la cresta de esa ola. Saberse en definitiva, dueño de su destino y de sus actos esté uno donde esté.
Lo dejamos aquí. Disfruten del fin de semana y de los suyos. Para ellos el tiempo también será indómito, y no se tomen tampoco la acumulación de riqueza demasiado en serio. Como dejó para la posteridad Isabel I..
«Todas mis posesiones por un momento más de tiempo».
¡Tremendo! ¡Impactante!
Brutal, de obligada lectura!!!
Qué maravilla de post, @jvas, realmente brillante. Lo guardo en mis “imprescindibles”. He tenido que leerlo dos veces para redisfrutarlo. Me saco el sombrero. Enhorabuena.
@jvas:
Tengo que ordenar mis ideas antes de poder articular una palabra con sentido después de leer su excepcional artículo.
Tan sólo una aclaración. Creo que fue en el catorceavo asalto cuando se suspendió la pelea. Ahora los combates son a 12 asaltos, pero en aquellos tiempos lo eran a 15.
Pongamos algo de “música de fondo” a su impactante post:
Precioso artículo. Enhorabuena y gracias por compartirlo.
El ser humano precisa de un marco de referencia. Somos más o menos felices en función de lo que pensamos que lo son los demás. ¿Es mejor ser cola de león o cabeza de ratón?
¿De qué sirve tener multitud de valiosas posesiones materiales si no dispones de tiempo libre para poder gozar de ellas?
No te importe pagar a profesionales por aquellos servicios que te aporten minutos. A la larga, el dicho de que el tiempo es oro se cumplirá.
«Tu problema es que crees que tienes tiempo» , decía Buda. Una persona que viva unos ochenta años dispone tan sólo de setecientas mil horas. Te parecerán muchas, pero te aseguro que pasarán volando, y mucho más cuantos más años tengas; eso lo entenderás mejor si te imaginas un reloj de arena: las partículas caen a un ritmo lento y constante, pero cuando, al inicio, la arena está toda en el receptáculo superior, tenemos la impresión de que, en su descenso, atraviesa el estrecho orificio muy lentamente y, por el contrario, cuando la mayoría de los granos de sílice reposan en el bulbo inferior, nos parece que se desmoronan mucho más rápidamente:
Hay un agrado en observar la arcana arena
que resbala y que declina
y, a punto de caer, se arremolina con una prisa que es del todo humana.
No se detiene nunca la caída.
Yo me desangro, no el cristal.
El rito de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida.
Es una poesía de Borges —añadió, exultante, antes de continuar con su discurso filosófico—. «Alguien debería decirnos, justo al principio de nuestras vidas, que nos estamos muriendo. Entonces podríamos vivir cada segundo de cada día», afirmaba Michael Landon.
Tempus fugit ….
Hace algún tiempo, en uno de mis viajes (¿cuándo volveré a viajar libre y en paz?), conocí a un boxeador de Chicago, me dijo que para él el boxeo era un bello arte que se consigue dominar con el tiempo. Siguiendo con el paralelismo que nos propone @jvas, ¿consideran ustedes la inversión como un arte?
Delicioso artículo @jvas. Nos va a a acostumbrar mal . Lo he disfrutado muchísimo.