Mataba la desidia bebiendo cerveza en un pub escocés de las afueras. No le había quedado otra opción. Aún faltaban varios años para revertir el proceso de conversión del azúcar en alcohol y pasarse las tardes comiendo yogures de Galleta María. Bebió. Mientras en el exterior: tejados puntiagudos, cielo sin sol, mar detenido, fango en las botas y lugareños envueltos en abrigos pesados de domingo se fusionaban en un todo del que tan solo podría decirse era de color gris. Bebió. La pinta amarga, amargaba y, entre tristeza y tristeza, habría dado lo que fuera por el calor en los labios de una Estrella cobriza. Entonces, fruto del alcohol amargo acumulado en su riego sanguíneo comenzaron a surgir pensamientos de lo más variopinto:
Hace tiempo, en un antro como este, un tipo, de peluquín rizado, mente despierta y nariz prominente, apellidado Smith debió pensar que el capitalismo no era pagar dos duros en impuestos, defender monopolios tecnológicos a conveniencia, comprar acciones de compañías mineras de oro e intentar forrarse, sin dar palo al agua, con la paga de mamá.
Es pensar en que se ha convertido hoy el apostar por la libertad y sentir lastima por el bueno de John Locke y su búsqueda de la verdad.
Nada lo paraba cuando su pensamiento comenzaba a correr.
La necesidad de evacuar lo sobresaltó. Se le despejó el pensamiento en cuanto la necesidad fue satisfecha. A uno de los protas del Ulises se le habían ocurrido grandes ideas en los servicios de una tasca en la isla vecina. Él, lo máximo que había conseguido era empezar ese maldito libro una docena de veces y llegar, en una ocasión, a casi la mitad. Después de aquello, por supuesto, no se había convertido en un intelectual de esos que siempre tienen lista, en la boca, una frase tan perfectamente apropiada que solamente ellos son capaces de entender. Tampoco la gente se convierte en Warren Buffett por beber Coca-Cola. Tal vez con la light o el Bitter Kas….
Tanto aspirante a estrella del rock.
Cuando volvió a su reservado el sándwich de pavo estaba servido y otra pinta roja dispuesta. Vivir en un matadero con el estómago vacío era, en aquellos días, un privilegio de las estrellas de Hollywood que hoy se solucionaría a base de liposucciones realizadas, por supuesto, en quirófanos compartidos con la vieja alta clase media. Engulló la cerveza, levantó la mano para que el camarero le sirviera otra y empezó a mascar el sándwich con la amargura obligando a sus ojos a brillar. Tal vez el brillo fuese el eco de un caldillo de pintarroja caliente en un chiringuito del sur. Un sur en el que el rey de los poetas, incluso muerto, le hablaba de su Estrella: “son luces que llevamos sobre nuestra cabeza”. Aún no lo sabía pero ya le repugnaba la categorización del inversor como un filo-fascista explotador y de todo lo que sonase a cultura como cosa de rojales pisaverdes adictos a la Fnac. La pintarroja se asentaba en el estómago, la pinta roja ayudaba a pasar los bocados y el contador de rabia, por todos los que le habían dicho “vete” mientras ellos «se quedaban», alcanzó un nuevo nivel de ira al volver a mascar aquella masa cárnica embotada entre dos pedazos de algo equivalente al pan-bimbo.
¿Merece la pena pasar por esto para no sacar ni para un piso?
Para cuando se había rendido, la idea de que puedes patalear todo lo que quieras pero al final lo que te importa se marchará o morirá ya se había apoderado de su persona. A largo plazo: todos el maldito pavo de la Taleb. Pero envasado al vacío entre sabores y aromas artificiales creados en Suiza por Givaudan.
Taleb.
Le había encantado “existe la suerte”, con los dos siguientes tenía la sensación de haber estado leyendo lo mismo otra vez y a “Skin in the game” le había llegado a tener cierta manía debido a un tema estrictamente personal: la deformación del mensaje lo había obsesionado siempre y el fenómeno fanboy no hacía más que aumentar un efecto claramente perjudicial para su salud de campeón del mundo. Sentía cada comentario del comentario del comentario, como un voltaje de alta intensidad campeando libremente por los canales de sodio y potasio incrustados en las membranas celulares de cada trozo de su ser.
¡Al diablo!, empresa familiar se ha convertido en dogma inversor de fe. El dueño es tu amigo pero y…. ¿Si su “skin” no es tu es “skin” y “el game” si es “un game”? ¿Qué fue de Sr. 5%? ¿Ya nadie se acuerda del caso Astroc y su “El querellante debería haber examinado mejor los riesgos de su inversión»? ¿El gran referente de esto de co-invertir es un francés detenido por corrupción en Togo y Guinea? ¿De veras quiero ir de la mano de tipos así? ¿Jugar a hundir la flota con una banda de bucaneros petrolíferos está justificado? ¿Fuimos el fiambre de pavo el día de la OPA exclusión de aquella bodega de vinos? ¿Uno deja de creer cuando lo despiden sin explicación mientras la tele suelta mensajes grandilocuentes que solo le importan al que no tiene nada que hacer (perder)? ¿Será eso es el famoso skin in the game?
Ya no era una hora prudente para comer. Ya no era una hora prudente. Bebió. Intentó buscar con la mirada algún conocido con el que brindar pero el mundo, lejos de casa, nunca era un pañuelo. Bebió. El gris exterior parecía colarse bajo la puerta del local mientras la cerveza amarga, amargaba y allí no había ni rastro de ninguna Estrella cobriza a la que acercar los labios. Bebió. Bueno, aquel día, al menos, no le había dado por consolarse con un postre a base de güisqui barato y su correspondiente guarnición de 17 Pall Mall.
Si los vicios no fuesen vicios, ¿qué haríamos con el placer?
Pero si un vicio está presente en todo lugar es el vicio del dinero o más bien el del (mal)quererlo. Siempre había pensado que los índices E.S.G los había creado MSCI precisamente como una especie de vicio retorcido para agenciarse la pasta de tipos de buena intención, indefensos ante los cambios del guión, bolsillo fácil y generalmente (mal)queridos por una maraña de bancos de inversión que se muere por asesorar. Tal vez fuera así, tal vez ahora no, tal vez sea peor, tal vez solo sea: recorrer en línea recta un camino, mal empedrado, plagado de intereses directos e indirectos.
Si las historias no terminasen mínimamente bien todo sería demasiado deprimente y recrearse en la desgracia resulta bastante patético. De modo que aunque la cerveza amarga, amargaba; la Estrella no aparecía, un trozo de sándwich seguía escondido en la boca a una hora poco prudente para comer y el gris seguía siendo gris, una pequeña sonrisa se dibujó en su cara ante un pensamiento fugaz mínimamente esperanzador o, al menos, distinto:
E.S.G. Casi todo inversor se acuerda de la “E” y de la “S” pero casi nadie de la “G” y esta podría ser la más interesante de cara a invertir. Una buena cultura, empleados bien tratados, una dirección de la que te puedas fiar… nada de eso tiene precio en estos días en los que cualquiera se vende o te vende por 1% adicional de interés anual.
Y entonces, empezó a imaginar como la Estrella ardería y como sus explosiones de fuego rojo y azul lo calentarían por fuera y por dentro. En aquel preciso momento, sin saber cómo, supo que el futuro no podría ser de otro modo. No se lo podía permitir. Tenía que arder y ardería.
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